Solitude

Nina Danino (2022)

La contemplación, como virtud única y poderosa, tarea evocadora y devocional, aparece a lo largo de toda la obra de Nina Danino. En Solitude, su nueva película la herencia visual de Philippe Garrel y Andy Warhol se manifiesta a través del rostro de la actriz, poeta e ícono, Nico. El tiempo, en toda su complejidad, belleza y misterio es explorado a través de los rostros de una mujer, sus gestos y miradas.

Las películas de Danino se parecen mucho a las películas-literatura de Marguerite Duras, en las que se presentan imágenes de paisajes mientras ella misma habla de alguien… o más bien, de la memoria de alguien. La película se construye sobre la memoria escrita y se traduce en ecos de esta, formando imágenes tan tenues como poderosas mientras se teje una historia misteriosa. Palabra e imagen, sonido e imagen, alma y cuerpo forman parte del dualismo sensorial que hacen del cine algo tan extraño como fascinante. En Solitude se utilizan fragmentos de cinco películas diferentes (Le Berceau de Cristal, Un Ange Passe, Les Hautes Solitudes de Garrel, Chelsea Girls de Warhol y algunas imágenes del río Támesis tomadas por la cineasta) dando a luz a un objeto de calado y parsimonia total, un tour de force que se asemeja más a un fresco medieval que a uno de esos films-collage que pululan por los festivales de cine, entre la baratija y el documental rancio. Cada imagen de Solitude es tratada con reverencia y admiración, resistiendo la apropiación al mismo tiempo que se subvierte la iconografía pop… Podríamos decir que la nueva película de Danino es el antibiopic, el silencio que surge del rostro y la quietud de una persona convertida en mito. En todo su carácter arquitectónico-sonoro, que combina la poesía de Coleridge, Brontë, Lord Byron, Alfred Tennyson, John Keats y los arreglos musicales de Gagarin, James Creed y Ash Ra Tempel, hay un acercamiento poco común a la naturaleza del icono en sintonía con lo sacro de la música (recuperado con un ánimo contemporánea, muy unido al remodernismo). La película mezcla varias texturas y formatos visuales para jugar con el desgaste de las imágenes y la forma en que «envejecen». Las tomas escogidas de una copia en VHS (principalmente de Le Berceau de cristal) aparecen junto con material de archivo de alta calidad, creando movimiento y enfatizando la planitud de cada uno de los retratos de Nico, como si fueran íconos bizantinos.

El camino que Danino escoge seguir no se aparta en absoluto de películas anteriores, sino que infunde al material motivos que siempre le han interesado (la mística cristiana, el papel de la reliquia, lo sagrado y lo profano…). A pesar del romanticismo de Solitude, podemos encontrar la sombra de una oscuridad que se apodera de algunas escenas y que compite con la luz por la esencia de la película. La voz de la propia directora actúa como una especie de Virgilio, guiando el viaje y marcando un ritmo que, a primera vista, parece sencillo. Danino recita los poemas y la música crea un estado de ánimo que se ve reforzado por las imágenes de Garrel y Warhol, alrededor de Nico. El montaje utiliza sus correspondientes películas, pero trascendiendo el plano material (en un sentido meramente documental) y dando como resultado una cascada de introspección sobre el icono (Nico, palabra formada con las mismas letras, curiosamente). La película gira alrededor de la modelo, dándole un espacio seguro en el que hacer una pausa y suavizar su mirada, reflexionando sobre la infinitud. Un lugar para redescubrirse a sí misma y darse cuenta de que no es más que un fantasma esperando en un limbo cinematográfico para ser observada y posiblemente salvada de su letargo. El vínculo emocional que Danino logra generar es tan increíble como la relación entre el espectador y la modelo, que aparece a través de la contemplación, la espera y la quietud. En gran parte, gracias al material utilizado, pero también debido a lo involucrada que está la cineasta con este, Solitude permanece como un film austero y novedoso; tan íntimo como universal… Es curioso ver cómo Nico se transforma en una multiplicidad de personajes, gracias a la mezcla de texturas y el uso del encuadre en cada escena de metraje encontrado. El misterio que reside en la imagen extraída de una película ajena se utiliza para convocar una especie de fantasma audiovisual, un fantasma tan familiar como nuevo a nuestros ojos.

No es la primera vez que Nina Danino ofrece en sus películas una visión múltiple de la realidad espiritual. En Temenos (1998) utilizaba las voces variadas, estridentes, sollozantes, armoniosas y melancólicas de la Mujer —entendida como un todo ideal, ya que son varias voces pero ninguna es «una», sino que son «cualquiera» dentro de la película, salvo la propia voz de la cineasta— para adentrarse en las profundidades de un acontecimiento misterioso y aterrador (atendiendo al miedo primigenio a lo desconocido). En Temenos, tanto el paisaje como el sonido jugaban un papel esencial que también introducía el metraje encontrado (en este caso, perteneciente a Il vangelo secondo Matteo de Pasolini) de una manera especial. Lo mismo pasaba con «Now I Am Yours» (1993), donde se adaptaban las páginas escogidas de la Vida de Santa Teresa con un uso excepcional de la imagen simbólica, psíquica y la palabra hablada, cantada, chillada y escrita. Con la música de Diamanda Galás y la voz de Shelley Hirsch, se daba un singular trasfondo a la figura de Santa Teresa de Ávila reflejada en la escultura barroca de Bernini. Y ahora, con Solitude, podemos ver como lo «sagrado» parte de la ovación a una figura como la de Nico, convirtiendo el ídolo que fue en icono.

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